Los Latinos Son Impactados Con Particular Intensidad Por La Crisis De Opiodes De Massachusetts, Pero ¿Por Qué?
El hombre alto y desgarbado estruja el cono de papel en sus manos mientras van saliendo las historias de casi 30 años de adicción: el robo que lo llevó a prisión a los 17 años; el hecho de que nunca obtuvo su Desarrollo Educativo General (GED, por sus siglas en inglés); pasar por los horrores de la desintoxicación, quizás 40 veces, incluyendo la última, que acaba de terminar hace dos semanas. Ahora él está en una unidad residencial por al menos 30 días.
Read this story in English. / Lea esta historia en inglés.
«Soy un gran adicto», dice Julio César Santiago, de 44 años. «Aún tengo sueños en los que estoy casi por usar drogas y tengo que despertarme, ponerme de rodillas y orar, ‘que Dios me quite esto’, porque no quiero regresar a eso. Sé que si regreso allá afuera, estoy acabado».
Santiago, quien es puertorriqueño, tiene razones para preocuparse. La información, casi en tiempo real, sobre la epidemia de opiodes de Massachusetts, producida por la administración Baker, muestra que la tasa de muertes por sobredosis en los latinos se ha duplicado en tres años, creciendo al doble de la tasa de cualquier otro grupo racial.
Estos números sugieren que la crisis de opiodes está impactando con especial intensidad a los latinos de Massachusetts. Los funcionarios estatales dicen que desconocen el por qué. Pero entrevistas con consumidores de drogas actuales y antiguos, con proveedores de tratamientos para la adicción y con médicos revelan una gama de problemas que ponen a los latinos en mayor riesgo de sobredosis y muerte.
Algunos programas de tratamiento bilingüe
Un hombre en zapatos deportivos, jeans y una camisa a cuadros manga corta, da palmadas de saludo en Casa Esperanza, un conjunto de tratamiento diario, programas residenciales y viviendas de transición del vecindario Roxbury de Boston. Se sienta dejándose caer junto a Irma Bermúdez, quien a los 43 años se describe a sí misma como una «agradecida adicta en recuperación». Ella está en la unidad residencial para mujeres.
Bermúdez dice que la alta tasa de mortalidad por sobredosis en latinos «tiene mucho que ver con la barrera del idioma». Mantiene a quien no puede leer inglés, fuera del tratamiento desde el principio, tratando de descifrar los sitios web y folletos que promocionan las opciones. Si se saltan el texto y llaman al teléfono que ven en la pantalla o llegan a una oficina, «no hay traducción, no vamos a sacar nada de allí», dice Bermúdez.
Los latinos entrevistados para esta historia describen haberse sentado en sesiones de consejería grupal, que es una parte de casi todos los tratamientos, y no haber podido entender mucho, si es que algo, de la conversación. Recuerdan haber esperado por la llegada de un traductor para su cita individual con un doctor o consejero y haber perdido la sesión cuando el traductor llega tarde o no se presenta del todo.
El once por ciento de las muertes por sobredosis de opiodes, estimadas en el estado el año pasado, fueron de latinos, y aun así Casa Esperanza dice que tiene el único programa de tratamiento para adicción diario y residencial, de Boston, en el que todo el personal de atención directa habla español.
No existe una lista completa de los servicios para la adicción en Massachusetts, que tienen disponibilidad de traductores si se desea. Varios (servicios) listados por Massachusetts, que ofrecen traducción al español en el sitio web de Find Treatment (encuentra un tratamiento) de la Administración de Servicios para el Abuso de Sustancias y para la Salud Mental (SAMHSA, por sus siglas en inglés), no pudieron informar cuántos traductores tienen ni cuándo están disponibles. El sitio de la SAMHSA está disponible solo en inglés, pero hay traductores al español, disponibles por teléfono. Se está desarrollando una versión en español para el sitio de ayuda en línea del estado. En Boston, hay algunos programas de recuperación de la adicción que ofrecen servicios en español.
En Casa Esperanza, 100 hombres esperan por un cupo en el programa residencial masculino, así que el entrenador de recuperación, Richard López, pasa mucho tiempo al teléfono tratando de lograr incorporar clientes a un programa que, él cree, tiene al menos un traductor.
Boxea en el aire, y levantando la voz con frustración, imita una llamada telefónica: «Tienes que presionar el 1, tienes que presionar el 2 y luego cuando sales de toda esta parte de voz, te mandan un mensaje de voz».
Finalmente, dice López, recibirá una llamada en la que un agente generalmente le ofrece colocar al cliente de López en otra lista de espera.
«Diantres», dice López, golpeando el lado de su cabeza. «¿Me están diciendo que esta persona tiene que esperar dos o tres meses? Estoy tratando de salvar a esta persona hoy. ¿Qué voy a hacer, llevarme a estos individuos a mi casa y esposarlos para que no hagan nada?
‘No es agradable llamar al 911’
Actualmente, López tiene vínculos cercanos con los proveedores, la policía y los técnicos médicos de emergencia (EMT, por sus siglas en inglés). Pero su actitud hacia los primeros intervinientes, antes cuando usaba heroína en las calles, explica otra razón por la que los latinos pueden estar muriendo por sobredosis más frecuentemente que otros consumidores de drogas.
«No es agradable llamar al 911», dice López refiriéndose a si una persona ve a alguien consumir una sobredosis. «Podrían dispararme y no llamaría al 911».
Es una cosa de machismo, dice López.
«Para los hombres de la casa, la palabra ‘auxilio’, suena como degradante, ¿sabes?», dice. Llamar al 911 «es como ser exiliado de tu comunidad».
Santiago dice que esto no es cierto para todas las personas. Unos pocos hombres han llamado a los EMT para ayudar a revivir a Santiago: «Yo no estaría aquí si no fuese por ellos».
Pero Santiago dice que hay un creciente temor entre los latinos de pedir ayuda a alguien que sea percibido como un agente gubernamental, en particular si la persona que necesita la ayuda no es ciudadano estadounidense.
«Temen que si se involucran van a ser deportados», dice Felito Díaz, de 41 años.
Bermúdez dice que las mujeres latinas tienen sus propias razones para preocuparse de llamar al 911 si un novio o esposo ha dejado de respirar.
«Si tienen una relación con alguien y tratan de protegerlo también pueden vacilar», dice Bermúdez, «si el hombre enfrentaría un arresto y posible tiempo en prisión».
Obstáculos para empezar de nuevo
En los últimos cinco años, el 79 por ciento de los clientes de la Casa Esperanza han pasado tiempo en prisión, frecuentemente por posesión de drogas o por un crimen relacionado con las drogas. Esto dificulta conseguir un empleo y construir una vida estable cuando salen del tratamiento.
«Quieres empezar de nuevo. Quieres empezar de cero, pero no puedes porque tienes tu pasado en la mochila», dice Bermúdez.
Santiago dice que se siente atascado, como si no hubiese progresado más allá de la educación secundaria interrumpida prematuramente cuando fue a la cárcel a los 17 años.
«Estoy atascado», dice Santiago. «Ahora tengo 44 años, y aún me veo hacer las mismas cosas que hacía hace 30 años. Siento que: ¿cómo voy a cambiar? La única manera en que sé vivir y enfrentar las cosas es consumiendo drogas».
Algunos graduados de la Casa Esperanza encuentran empleo en el tratamiento para la adicción. Díaz entró y salió de la corte dos veces, lo que según dice: «hizo maravillas por mí», antes de conseguir este programa. Ahora, dirige la unidad residencial masculina.
«Estoy impactado», dice Díaz, «un adicto a las drogas durante 23 años y me dejan solo con las llaves, a cargo de 30 individuos. ¿Quién hubiera pensado eso de mí?».
Pero muchos latinos no tienen el mismo éxito.
«El estigma es tan difícil», dice López. «Lo único disponible es un maldito lavaplatos o trabajar en una maldita cocina, ¿es en serio?».
«O regresar a lo que conoces», dice Bermúdez.
Para algunos, eso significa consumir, y a veces traficar, drogas. Lo que saca a relucir otra razón por la que algunos consumidores de drogas latinos dicen que son impactados con particular intensidad por esta epidemia: una ruta interna a drogas baratas, rápidamente disponibles.
El comercio interior
La Agencia Antidrogas de los Estados Unidos (DEA, por sus siglas en inglés) dice que muchos distribuidores de alto nivel de Massachusetts son dominicanos y con frecuencia colaboran con los traficantes de drogas mexicanos, colombianos y puertorriqueños.
“Las Organizaciones Criminales Trasnacionales (TCO, por sus siglas en inglés) dominicanas, representan una amenaza significativa al panorama de tráfico de drogas nacional, particularmente en la Costa Este de Estados Unidos, con una mayor influencia concentrada en zonas del noreste junto al corredor I-95», según la Evaluación Nacional de Amenaza de Droga del 2017 de la DEA.
Algunos consumidores de drogas de Boston respaldan este análisis.
«Los latinos son los que traen las drogas para acá», dice Rafael, un hombre que usa heroína y vive en la calle, no lejos de Casa Esperanza. «Los latinos se están involucrando en eso y les está gustando».
Hemos convenido en no utilizar el apellido de Rafael porque usa drogas ilegales.
Algunos consumidores de drogas hispano parlantes de Boston dicen que obtienen descuentos en la primera, el corte más potente. Esa conexión social es importante, dicen ellos.
«Por supuesto, si yo fuera traficante de drogas me sentiría más cómodo de venderle a un latino que a un caucásico o a cualquier otro, porque sé cómo relacionarme y obtener ese dinero de ellos», dice López.
Las redes de consumo de drogas, social y ocasional familiar, crean otra capa de retos para algunos latinos, dice la Dr. Chinazo Cunnigham, que trata a muchos pacientes de Puerto Rico. Ella trabaja principalmente en una clínica del sur del Bronx afiliada al Centro Médico Montefiore.
«La familia es una unidad tan importante, que es difícil para las personas dejar de usar opiodes si hay abuso de sustancias dentro de la familia», dice Cunningham.
Cunningham dice que la epidemia de opiode ha estado en la comunidad latina por décadas y es una de las razones de la alta tasa de encarcelamiento del grupo. En Massachusetts, los latinos son sentenciados a prisión a una tasa cinco veces mayor que la de los blancos.
«Es muy bueno que ahora estemos hablando sobre eso porque la epidemia de opiodes está afectando otras poblaciones», dice Cunningham. «Es un poco agridulce que esto no haya sido atendido años atrás, pero es bueno que estemos hablando de tratamiento y no de encarcelamiento y de que esto es una enfermedad médica y no una carencia moral.
El factor de riesgo subyacente: La pobreza
Los latinos difícilmente son una comunidad uniforme, pero comparten un importante factor de riesgo para la adicción: la pobreza. En Massachusetts, cuatro veces más latinos que blancos viven por debajo de la línea de pobreza. El noventa y siete por ciento de los clientes de Casa Esperanza estuvieron recientemente en condición de desamparo. La agencia tiene 37 unidades para individuos y familias. La espera por uno de estos apartamentos oscila entre uno y 10 años.
«Si has hecho todo el trabajo de estabilizar a alguien y luego se va y no tiene un lugar estable a donde ir, estás de vuelta al principio», dice la Directora Ejecutiva de Casa Esperanza, Emily Stewart.
Stewart aprecia a la administración Baker por indagar en los datos que demuestran una mayor tasa de muertes por sobredosis en los latinos. El estado tiene alguna información en línea, en español. La Comisionada del Departamento de Salud Pública, Mónica Bharel tiene programado visitar Casa Esperanza y reunirse con otros proveedores, latinos, de tratamiento para la adicción.
El siguiente paso, dice Stewart, tiene que ser una campaña pública de información, a través de los medios en español, que explique las opciones de tratamiento, incluso el tratamiento asistido con medicamentos o MAT (por sus siglas en inglés) que, según dice, no es bien comprendido.
Algunas investigaciones demuestran que es menos probable que los latinos tengan acceso o utilicen los medicamentos basados en opiodes: metadona y buprenorfina, que otros consumidores de drogas. Un estudio demuestra que esto puede estar cambiando. Pero los latinos dicen que el acceso a la buprenorfina, nombre comercial Suboxona, es limitado en Massachusetts porque hay pocos doctores de habla hispana que la prescriben.