En Esta Escuela De Hartford, Dar La Bienvenida A Los Evacuados Puertorriqueños Es Algo Personal
Un animado «¡Buenos días!» esperaba a estudiantes y padres que se acercaban a la Escuela Primaria Sánchez el viernes antes de las vacaciones de primavera.
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¿Quizá el personal de la escuela estaba de muy buen humor? Pero Merelys Torres, secretaria de la organización de padres y profesores, dijo que es así cada mañana. Ella lo notó inmediatamente cuando su familia llegó a Hartford desde Puerto Rico el otoño pasado, un momento sensible para sus dos hijos.
«Te reciben en la puerta. Te dicen: ‘Buenos días’», dijo Torres, imitando el alegre saludo. «Alguien te dice ‘Good morning’ en inglés y alguien más te dice: ‘Buenos días’. Mis hijos están un poco asustados pero escuchan ‘buenos días’ y dicen: ‘Mamá, estaré bien’.»
Desde que el huracán María arrasó Puerto Rico hace siete meses, las ramificaciones se han extendido hasta ciudades de tierra firme, como Hartford, que tienen profundos nexos con el Caribe. Al menos 1800 estudiantes desplazados se inscribieron en las escuelas públicas de Connecticut, incluyendo 40 nuevos escolares en la Primaria Sánchez.
En este vecindario escolar, solo en la Calle Park, una vía pública que es una muestra de la comunidad puertorriqueña local, la oleada implicó reorganizar las clases y conseguir más instructores bilingües, dijo la directora Azre Redzic. Pero dar la bienvenida a los evacuados era algo más personal.
«Muchos de ellos enfrentan… dificultades que yo misma atravesé», dice Redzic, de 36 años, antigua refugiada. «Así que pensamos en cosas en las que generalmente podría no pensar una escuela».
Comenzando de nuevo
En los días del huracán, Redzic convocó reuniones, con el personal y los aliados de la comunidad, sobre cómo tratar a los recién llegados. Al mismo tiempo, muchos empleados de Sánchez estaban preocupados por la seguridad de sus propios parientes en la isla.
«No afectó a nuestros estudiantes, también afecto a los integrantes de nuestro personal», dijo Redzic recientemente en su oficina. «Así que eso fue devastador para nosotros, porque había padres de nuestro personal allá… Conocíamos los detalles y sabíamos cuán malo era».
Además, A Redzic, la llegada de los evacuados le trajo recuerdos. Ella nació en Bosnia y vivió allá hasta la edad de 8 años, momento en el que se convirtió en refugiada de la Guerra de Bosnia. Culpa de dejar parientes atrás y temor de llegar a un lugar nuevo, esos eran sentimientos que ahora se reflejaban en algunos de los nuevos estudiantes de Sánchez.
«Eso es traumático», dijo Redzic. «Dejar lo que amas y lo único que conoces para comenzar todo de nuevo».
Después de huir de la violencia, la familia nuclear de Redzic vivió algunos años en Alemania. Redzic finalmente dominó el alemán, pero no antes de una dolorosa experiencia que aún está grabada en su mente. Ella recuerda que estaba en tercer grado y no comprendía las instrucciones de la profesora, porque era un idioma nuevo para ella.
«No me sentí para nada bienvenida, sentí que esa profesora no estaba de mi lado en ese momento», recordó Redzic. «No se esforzaban por enseñarme lo que querían que yo hiciera. Y eso dejó sentimientos muy inquietantes. … Una rápida mala comunicación sin una sonrisa o sin eso adicional, ese pequeño adicional, realmente puede dejar un mal sabor a un niño».
La familia de Redzic inmigró a la ciudad de Nueva York en 1994 y se mudó a Hartford cuatro años después, cuando ella estaba en secundaria. El padre de Redzic dirigía una exitosa compañía, dijo ella, pero vivir en los EE. UU. Implicó que sus padres tenían que trabajar en empleos de salario mínimo para llegar a fin de mes.
Los EE. UU. es también el lugar en el que los profesores se convirtieron en sus tutores. Redzic, se graduó en las Escuelas Públicas Hartford y enseñó en Sánchez antes de convertirse en la directora de la escuela en 2014.
«No sé si las cosas hubieran resultado como lo hicieron si no hubiese tenido a esa cariñosa profesora en mi vida que insistía en decirme: ‘Puedes lograrlo?», dijo Redzic. E incluso la experiencia negativa en tercer grado le sirvió como una lección personal, años después, de cómo no se debe tratar la los evacuados.
«Quiero asegurarme que nuestros niños sepan cuanto los amamos y cuánto nos importan profundamente y estamos aquí para ellos».
‘Es una familia’
En la mañana anterior a la vacación de primavera, un vistazo a un aula mostraba niños de tercer grado animándose unos a otros para comenzar el día: «2, 4, 6, 8, ¿a quién apreciamos?» Luego hablaron sobre «perseverar» en aprender fracciones. La mitad de los estudiantes de la clase son evacuados de Puerto Rico.
Mientras tanto, en una sala de la cafetería, Sally Vázquez reunía a un grupo de madres para el café matutino. Hablaban en español sobre los próximos eventos escolares con informal familiaridad. Vázquez es la proveedora de servicio de apoyo familiar de Sánchez y se ha hecho cercana de muchas de las madres de Puerto Rico.
Redzic opina que la estabilidad en casa puede tener un efecto de filtro sobre los niños en el aula. Así que crear paquetes de atención de bienvenida para cada nueva familia evacuada, ayudar a los padres con currícula para el trabajo y llenar solicitudes de la Agencia Federal de Manejo de Emergencias (FEMA, por sus siglas en inglés), es parte del rol de Vázquez. Con apoyo de donantes, Sánchez estableció su propio centro de donaciones y distribuyó cualquier cosa, desde ropa y tarjetas de regalo, hasta hornillas para que las familias pudiesen cocinar arroz en sus habitaciones de hotel.
Torres, la secretaria de la Organización de Padres y Profesores (PTO, por sus siglas en inglés), que tiene dos niños, dijo que la escuela les dio muebles y utensilios de cocina cuando su familia se mudó de un hotel a un apartamento. Sánchez también ofreció un almuerzo especial para las familias puertorriqueñas el otoño pasado, poco después de que los evacuados comenzaran a asentarse en Hartford.
“Arroz con gandules, pernil…” dijo Torres, enumerando los platos tradicionales que le recuerdan a su hogar. «Ellos nos prepararon comida puertorriqueña para recibirnos y yo me puse a llorar».
Pero algo más impactó realmente a Torres. Era cómo la escuela les hacía sentir que pertenecían allí. Ella vio el efecto sobre su hijo de 8 años, que inicialmente tuvo problemas luego de la mudanza a Hartford, dijo. Ahora, «él se siente bien. Me dice: ‘Mamá, estoy aprendiendo inglés. Mamá, ahora estoy feliz’».
En la mente de Torres, Sánchez es más que solo una escuela.
«Es una familia», dijo. «Cuando no tenemos nada, ellos nos dan algo».